Hace algo más de un año, sentí que mi energía había desaparecido por completo. Pero no se trataba solo, de una cuestión de cansancio. De pronto, no lograba encontrar placer en aquello que siempre había disfrutado, no conseguía concentrarme en el trabajo y me sentía caminando en medio de una nube de niebla. Buscaba por todos lados, un rayito de luz; y nada.
Para peor, una y mil veces me descubría imaginándome dejando todo para irme a recorrer el mundo sin ataduras ni obligaciones. Gosh! ¿Acaso me había vuelto loca? No, en absoluto, sencillamente, y sin darme cuenta, había sobrepasado todos mis límites y estaba en un estado de completo burnout.
Hacía tiempo que las señales estaban ahí, a la vista, pero las había ignorado o puesto excusas para no escuchar a mi propio cuerpo. Pero tampoco podía dejarlo todo y mandarme a mudar. Era necesario, encontrar la forma de recuperarme.
Estoy convencida de que todas deberíamos darnos el espacio para reconocer nuestros propios deseos, sentirnos libres y poner más de un límite necesario a aquello (y aquellos) que nos rodean.
Paso a pasito se llega lejos
Pauté entonces, una simple y sencilla premisa: ser fiel a mí misma. Emprendí luego, una revisión de mis actividades y vínculos. ¿Qué podía dejar? ¿Qué me daba placer? ¿Qué había cumplido un ciclo en mi vida? ¿Qué hacía por obligación o por cumplir con el qué dirán?
Poco o poco, fui encontrando mis respuestas, para barajar y dar de nuevo. Me propuse además, no ser terminante. Con aquello que me generaba duda o no estaba demasiado segura de qué quería hacer (como mis estudios universitarios que me restaban mucho tiempo de descanso después del trabajo), me decidí por un stand by, hasta tener mayor claridad mental.
Vida a la carta
Mi siguiente paso, fue sumar actividades, pero de esas en las que no tenemos que pensar ni preocuparnos. Donde podemos ser libres, equivocarnos o hasta permitirnos jugar como si fuéramos niñas otra vez. Me inscribí en una clase de baile zumba. No prosperó mucho pero, durante varias semanas, fue el espacio que precisé para descargar tensiones y recuperar la capacidad de reírme.
Finalmente, comencé a hacer terapia, para trabajar la angustia y, con el apoyo de una profesional, poder aprender a poner ciertos límites en mi vida. ¡Gran aprendizaje! De hecho, sin llegar a un punto tan border, estoy convencida de que todas deberíamos darnos el espacio para reconocer nuestros propios deseos, sentirnos libres y poner más de un límite necesario a aquello (y aquellos) que nos rodean.
Bienvenida, productividad
El cambio fue notorio. Más pronto que tarde, la neblina se disipó. Otra vez las ideas afloraban a mi mente, estaba recargada de energía y conseguía terminar a tiempo mis actividades ¡hasta para tener de sobra, para descansar! Un placer.
No he vuelto a tener un problema semejante, pero me dejó varios aprendizajes. Desde entonces, soy mucho más fiel a mí misma, me permito decir “no”, pedir ayuda, hablar a tiempo y reconocer si preciso descansar. Después de todo, tras la siesta o el cine, el mundo seguirá allí igualito, de pie, esperando a que esté lista para cumplir con el deber ser.
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