La maternidad tiene su mala fama. Al menos, para el sistema productivo en el que vivimos. Una embarazada es un ser frágil que solamente piensa en su bebé y si no lo hace “lo suficiente”, es juzgada. Una puérpera es alguien que está de mal humor y deprimida, o, si es una celebrity, es alguien que mágicamente sale de la sala de partos peinada, con maquillaje y sin ojeras. La maternidad para el afuera es un constante sacrificio y un momento de la vida en que no podemos hacer más nada de lo que nos gusta.
Pero ninguna de esas versiones es una muestra real de lo que sucede antes y después del parto. Ayer me topé con este post de la comediante Amy Schumer, quien fue madre hace dos semanas. Sí, leyeron bien: dos semanas.
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Luego realizó otro post, enviándole saludos sarcásticos a las personas que quisieron humillarla por haber vuelto tan pronto a hacer stand-up.
Y me pregunté: ¿Qué nos pasa con la maternidad que nos hace pensar que podemos prejuzgarla, desmenuzarla, señalarla con el dedo como una patología en la que se debe seguir una prescripción pero no de un médico, sino de toda la sociedad? ¿Por qué una madre tiene que hacer lo que hacen las demás?
Probablemente se deba a que por mucho tiempo se permitió decirle a las mujeres cómo tienen que vivirla, cuándo tienen que volver a trabajar y en qué condiciones, y además, de paso, cuánto tiempo tienen que estar con sus hijos y cómo deben educarlos.
Yo sé lo que es
Cuando mucha de la gente conocida y no tanto en mi vida se enteró de mi embarazo, me felicitó y no hizo ningún otro comentario. Otras personas con quienes tenía menos vínculo me hicieron una breve ceremonia de felicidad, pero poco después me marcaron las cosas que ya no podría hacer: correr, trabajar, viajar, beber alcohol y dormir, entre otras cosas.
Una mujer (frente a su hijo) incluso me dijo que “se acababa lo bueno de la vida”, aprovechando mi nuevo estado que por un par de meses me impidió responderle como hubiera querido.
Así, y a medida que la barriga comenzaba a hacerse visible, los comentarios de ese estilo se multiplicaron. Mi forma de llevar el embarazo empezó a ser juzgada tal y como hoy sigue siendo juzgada mi maternidad. La mía y la de todas las mujeres que son madres.
Mi forma de llevar el embarazo empezó a ser juzgada tal y como hoy sigue siendo juzgada mi maternidad.
Algunos comentarios incluso se disfrazaban de preocupación por mi bienestar: “No te agaches, no puedes agacharte en tu estado”, “Cúbrete la barriga, que toma frío el bebé”, “Aprovecha a dormir ahora porque después no duermes nunca más”. Además de estar fuera de lugar, muchos de los comentarios (salvo el de dejar de beber alcohol) estaban basados en mitos urbanos que de científicos o reales no tenían nada.
Y después del parto sigue
Cuando tuve a mi bebé, comenzaron a llover más “consejos” no solicitados sobre mi forma de llevar el puerperio. Con el OK de mi obstetra, seis semanas después del parto salí a caminar y a correr alternadamente. Lo hice tranquila y sin exigirme, sin querer probar ni probarme nada. Si bien me di cuenta de que necesitaba más tiempo para retomar la actividad, me di cuenta también de que algo en esa recuperación rápida no estaba bien visto en “la sociedad”.
Paradójicamente, sí estaba bien visto que yo después del parto estuviera impecable, vestida como si no llevara todavía una barriga residual y como si no hubiera parido un ser humano. Sí, se me felicitaba por estar peinada y por “verme bien”, pero no por retomar una de las actividades que me hacían feliz.
Cuando le conté a mi ex-entrenador que quería volver a correr pronto pero que todavía no me sentía lista, en lugar de darme consejos para recuperarme mejor o alentarme, me dijo: “Y sí, es que el parto te deja averiada”. Como si yo fuera un electrodoméstico, un objeto de decoración que una vez que paría ya no servía más.
Como estas situaciones, sigo viviendo muchas. Mucha gente desconocida en la calle me hace comentarios negativos sobre la maternidad y cuando yo los refuto con optimismo y con la felicidad que me da ser madre, me hablan de que “ya voy a ver cuando crezca”. Me dicen que deje de amamantar, que no “acostumbre” a mi hijo a dormir conmigo ni a estar en brazos (como si fuera un animal doméstico) y muchas advertencias más que son crueles e inútiles.
Por eso celebro a las personas que muestran que quedarse en casa en el sofá luego de tener un hijo está bien, y salir a trabajar dos semanas después, también. Y aplaudo a Amy Schumer porque lo muestra y se ríe de ello.