Aunque te esfuerces por tener todo bajo control, en la vida suelen darse improvistos. Te cuento lo que me ayudó a sortearlos y a entender cómo improvisar.
El corazón se me salía del pecho mientras viajaba en metro hacia la sala en la que se dictaban clases de improvisación. Me sentía ridícula, “¿para qué me metí en esto?”. Pensé en renunciar, en dar alguna excusa para no asistir. Pero había pagado la matrícula y algo me decía que pase lo que pase, debía llegar a la clase. Luego decidiría, me dije.
Llegué y el profesor, un actor a quien conocía por algunas series de TV (o mejor dicho, reconocía), nos pidió hacer cualquier cosa. Eso dijo: “Hagan cualquier cosa”. Yo veía cómo algunos de los otros alumnos se soltaban a hacer ruidos raros con la boca, otros golpeaban la pared, algún otro se recostaba en el piso a cantar. Pensé que me había equivocado de apartamento: parecían todos locos. Yo no me animé a hacer ningún sonido, me limité a estirar mis músculos, descansar y mirar de reojo a los demás.
Con el pasar de esa clase y con el transcurrir de las siguientes, fui entendiendo de qué se trataba. Me di cuenta de que la idea era desarmar las estructuras sociales y culturales. Por ejemplo, cómo comportarse en grupo, cómo sentarse, en qué tono hablar, qué es lo que se puede y qué es lo que no se puede decir en público. Desarmar esos mandatos rígidos, al menos, una vez por semana en la clase. La idea del profesor era “ablandarnos” para después permitirnos improvisar sin todas esas ataduras.
Cómo improvisar: la regla de oro
Aprendí que una de las principales reglas de improvisación es “no negar”. Cuando un compañero propone una escena no se puede decir que no ni plantearle que está loco. Tampoco, negar la realidad de lo que está proponiendo.
Pongo un ejemplo: un compañero de clase comienza la escena comportándose como un profesor de literatura. Empieza a hablar de tal o cual libro, en tono catedrático. Con esa ‘realidad’ que me plantea e interpreto, debo continuar la escena. Es decir, yo puedo, por ejemplo, comportarme como una alumna, alzar la mano y hacer una pregunta sobre literatura. O actuar como otro profesor, o fingir que hay un derrumbe en la universidad en la que enseña y pedirle que corra. Lo que sea, siempre que yo responda verosímilmente a lo que él planteó.
Si yo le respondiera a mi compañero diciéndole “pero si tú no eres profesor de literatura”, entonces rompo la escena y la realidad que me plantea el otro. La desestimo y en consecuencia, la anulo.
El resultado de seguir esa y otras reglas fue la creación de escenas originales, creativas, sin clichés, en locaciones poco usuales. Improvisábamos una y otra vez, y así fue durante un año.
Cómo influyó en el resto de mi vida
Esa maravillosa experiencia no fue solamente un curso sobre cómo improvisar. Fue además un aprendizaje para la vida. Todos los obstáculos mentales que tenía entonces, se fueron deshaciendo uno por uno. Me atreví a ser más flexible en mis amistades, en mi pareja y en mi trabajo.
Pude aceptar las diferencias, comprendí realmente -y no solamente en la teoría- que no somos todos iguales, que no todos pensamos lo mismo. Y que eso está bien. ¡Está perfecto! Y hace que la vida sea más interesante.
Todos los obstáculos mentales que tenía entonces, se fueron deshaciendo uno por uno. Me atreví a ser más flexible en mis amistades, en mi pareja y en mi trabajo.
A partir de saber cómo improvisar, me sentí más aliviada al dejar ir la carga de mis propias limitaciones y prejuicios. Fue increíble cómo al abrir puertas, en lugar de cerrarlas con la llave de mis inseguridades, todo el aire de los demás empezó a colarse.
Se empezaron a dar situaciones increíbles: tuve conversaciones con mis amigas que nunca en muchos años de amistad había tenido. Al parecer, ellas también sintieron, por extensión, cómo yo estaba permeable a sus comentarios, ideologías, teorías y percepciones de la vida. Me veían más relajada y feliz.
Fui también más flexible con lo que esperaba de una pareja y de un empleo, entendí que las relaciones se construyen y evolucionan y que no son rígidas e inmutables. Que la capacidad de adaptarse es lo que en definitiva nos hace más inteligentes.
Todos los ámbitos en los que me movía se enriquecieron. Me atreví a cuestionar mi propia percepción de la realidad y entender de dónde viene la de los demás. Pude construir empatía, a no tomar los obstáculos como problemas, sino como desafíos. A partir de aprender cómo improvisar, fui capaz de planificar, y me di cuenta que es bueno, pero más importante es saber improvisar cuando ocurre algo inesperado.
Así que, si estás bloqueada, estás pasando un mal momento o te gustaría ser un poco más flexible, te recomiendo entender primero cómo improvisar. Y verás cómo todo se irá dando naturalmente y se colará en tu sonrisa.
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