En diversas reuniones informales, a más de un psicólogo nos ha ocurrido que, en cuanto las personas ahí presentes se enteran de que ejercemos esta profesión, comienzan a hacernos preguntas de todo tipo: “¿Qué haces cuando tú necesitas un psicólogo?”, “¿Qué tanto escriben en sus notas?” o la más común: “Ya me estás psicoanalizando, ¿verdad?”.
También suelen referirnos sus experiencias en terapia. Algunas personas me han compartido cómo fueron tratados por otros colegas o que incluso dejaron de acudir con ellos cuando notaron determinadas conductas.
“Yo dejé de ir a terapia porque el psicólogo siempre empezaba tarde las sesiones”, “Mi psicólogo me hartó porque no me solucionaba nada”, “Ya no voy a mis sesiones porque me daba la impresión de que no me escuchaban”. ¿Te suena conocido?
Pues aunque no lo creas (y no en todos los casos, claro), varias de estas conductas del psicólogo podrían ser completamente intencionales. ¿Para qué? Para demostrarte algo. Aquí cinco ejemplos.
1. Hacerte esperar a propósito
En la Universidad, un profesor nos compartió que tenía un paciente que era muy intolerante. Solía llegar media hora antes de la cita y, desde entonces, ya comenzaba a preguntar si podía entrar a consulta… como si por llegar antes debiera ser atendido de inmediato.
Mi profesor solía hacer algo ‘imprudente’, pero efectivo: lo hacía esperar a propósito. Comenzaba su hora de sesión y seguía en la sala de espera (mientras el paciente comenzaba a incomodarse, el terapeuta incluso estaba dentro leyendo una revista). Luego de que por fin le daba acceso al consultorio, se servía un café con toda la calma del mundo para desesperarlo más.
Cuando el paciente finalmente estalló, el terapeuta lo centró y le hizo saber de esa manera cuán necesario era tener paciencia con los demás, pero sobre todo consigo mismo.
Aprendida la lección, ambos dejaron de tener esas conductas.
2. Decir groserías
Tuve una paciente cuya religión la censuraba mucho. Tenía problemas de pareja y le costaba reconocer que, en muchas ocasiones, su prometido la desesperaba.
La religión la censuraba, pero ella era la primera en censurarse a sí misma.
Le enseñaron a nunca enojarse ni quejarse de los demás, mucho menos decir groserías. Por eso le daba tantas vueltas a reconocer que aquel hombre la ponía de malas. Hasta que en algún momento, le dije: “¿Verdad que a ratos te harta que él sea tan pendejo?”. Primero me miró seriamente con desaprobación, luego le costó reconocerlo y finalmente asintió tímidamente con la cabeza.
Poco a poco, se dio permiso de decir malas palabras y descubrió que esa pequeña liberación era el comienzo de hacer valer su voz. OJO: no estamos diciendo que las groserías sean necesarias para lograrlo, sino que, en este caso, fue posible gracias a la ‘imprudencia’ de decir una mala palabra en sesión.
3. Interrumpirte
Me ha pasado varias veces. Claramente, muchos pacientes necesitan ser escuchados, pero a veces olvidan que también necesitan escuchar.
Cuando trabajo con adolescentes, hay una sesión en la que me reúno con sus padres. Suele ser una sesión difícil, pues creen que el problema está en su hijo y casi siempre llegan a quejarse. Se enojan aún más cuando los interrumpo.
En muchas ocasiones, los padres suelen saturar de reglas y órdenes a sus hijos y pocas veces se detienen a escucharlos.
Interrumpirlos es bloquearles el flujo de queja que tienen hacia su hijo. Cuando eso ocurre, es momento de que dejen de hablar y comiencen a escuchar lo que el adolescente tiene para decirles.
4. Cortar una sesión antes de la hora
En la psicoterapia, utilizamos un término llamado insight. Se refiere a cuando un paciente ha hecho consciencia plena de una acción y se ha dado cuenta de algo importante.
Por ejemplo, una mujer llega a consulta porque tiene problemas con su jefa de trabajo, pero en sesión se da cuenta de que la mayor parte del tiempo ha estado quejándose de su madre.
Cuando la paciente deduce que el problema no está donde creía que estaba, ahí se ha producido un insight.
Varios colegas psicólogos suelen cortar la sesión cuando el paciente ha hecho un insight importante, sin importar si ocurrió con apenas 15 minutos de consulta. La intención es que la persona por fin ha caído en cuenta de algo valioso para su sanación y no necesita saturarse de más información.
5. Devolver una pregunta con otra pregunta
Una de mis pacientes solía elegir mal a sus parejas y le costaba mucho volver a relacionarse con alguien. Durante la terapia, conoció a un hombre que cumplía sus expectativas, pero era varios años más joven que ella.
Fue entonces que me preguntó: “Él es más joven que yo. ¿Eso está mal?”. Claramente, ella estaba esperando que yo la sacara de ese dilema moral, pero en vez de eso le respondí: “Él es más joven que tú. ¿Eso está mal?”. Sólo ahí se dio cuenta de que un juicio social la hacía sentir culpable.
En muchas ocasiones, sólo basta replantear una pregunta para que el propio paciente dé con la respuesta que tanto está buscando.
La psicología tiene un amplio marco de recursos a su alcance para que los pacientes encuentren sus propias respuestas. Y si algunos de esos recursos son considerados ‘imprudentes’, estamos dispuestos a tomarlos.
Si decides acudir a terapia o retomarla y notas alguno de estos comportamientos, quizá sea parte de tu proceso de autoconocimiento. Sé receptiva, fluye e identifica las señales. En muchos casos, podrían ser para tu mayor bienestar.
Abraham Monterrosas Vigueras es periodista, trabajador social y psicólogo clínico, especialista en terapia breve.