Para una persona que disfruta de escribir, pintar, decorar pasteles o cualquier otro oficio creativo, no hay nada más aterrador que la hoja de Word en blanco, el canvas vacío o el bizcochuelo desierto, respectivamente. ¿Qué hacer cuando no se nos ocurre nada que parezca interesante, original, valioso? ¿Cómo salir de ese bloqueo que no nos permite avanzar en lo que nos gusta hacer?
Una vez viví un bloqueo creativo
Trabajaba en una productora audiovisual y estaba escribiendo el guión de un video publicitario que me habían encargado pero, a pesar de tener en el brief toda la información pertinente, sentía que no había absolutamente nada en mi cabeza que pudiera llegar a resultar atractivo para el público en cuestión.
Todas las ideas que se me ocurrían no parecían “ideas” sino imágenes inconexas y sin vida, aburridas, monótonas, ¡todo me parecía un cliché!

Errores a esquivar
Fue ahí cuando cometí mi primer error: me desesperé. Empecé a escribir cualquier cosa y a borrar. A guardar archivos por si no se me ocurría nada y tenía que recurrir a esas ideas espantosas que había logrado excavar en mi mente. Me fui a dar una vuelta a la cuadra, a caminar para ver si se me aclaraba el panorama. Pero nada.
Todo lo que se me ocurría me avergonzaba un poco. Parecía una novata en la tarea, pero no lo era. ¿Qué pasaba en mi mente? Me dije: “Necesito más información”.
Y allí cometí el segundo error: indagando en la tarea que me habían asignado, me enteré de que presentaríamos el video a un reconocido productor de medios, y entonces mi bloqueo empeoró. Ya ni siquiera tenía ideas nefastas, sino que no tenía ninguna idea. Nunca antes me había pasado algo así.
Entonces desistí: en mi mente me decidí a no entregar nada y a lidiar con las consecuencias. Así de angustiada estaba.
Entré a una cafetería, relajada por mi osada e inverosímil decisión, y me senté en una hermosa mesita cuadrada de madera adornada únicamente por un servilletero y una azucarera. Pedí un café cortado y la puerta se abrió. Entró una antigua amiga que no veía desde mi infancia. Me miró extrañada, reconociéndome debajo de sus gafas de sol, y me saludó con mucha emoción. Me abrazó.
Se sentó frente a mí en la mesa, se pidió otro café y conversamos por un par de horas (o al menos eso me pareció). Durante esa charla me olvidé de mi bloqueo, del brief, del Word en blanco. Me enfoqué en mi amiga, la escuché, le conté cosas.
Me reconecté, sin proponérmelo, con mi ser auténtico, con mi esencia infantil. Nos despedimos y, cuando me quedé sola, me “atravesó” una idea que apunté en una de las servilletas. Llamé a mi jefe y se la conté. Estaba encantado. Al cliente también le fascinó y nos aprobó la propuesta.
Me reconecté, sin proponérmelo, con mi ser auténtico, con mi esencia infantil.
A partir de entonces, cuando tengo alguno de esos bloqueos, llamo a alguien que no veo desde hace tiempo, hurgo en mis recuerdos, miro algún objeto del pasado. Me desconecto del presente angustiante y me conecto con un tiempo anterior más fresco y genuino: el de la infancia. Me alejo del problema para acercarme a esa persona que fui cuando no tenía tantos prejuicios, mandatos y expectativas, y que lo único que quería, era jugar.
¿Cuál es tu oficio o hobby más preciado? ¿Tuviste algún tipo de bloqueo? ¡Quiero saber cómo lo resolviste!
También te recomiendo:
Para reinventarte, inspírate en estos tres discursos
No abandones tu idea: 3 autoras y emprendedoras te dicen cómo