Lo que aprendí a la espera de un diagnóstico

“Si hoy te diagnosticaran una enfermedad terminal”, me dijo un día mi sabia amiga Elisa Botti, “¿en qué escala de prioridades quedaría ese problema en tu trabajo, o las libras de más que te amargan la vida?” Vaya reflexión, que no alcanzas a entender del todo, hasta el momento en que tu salud parece pender de un hilo.

Hace unas semanas, después de tres años postergándolo (mea culpa), finalmente comencé un chequeo ginecológico. Y como te pasará a ti también en estos casos, la espera por el resultado suele ser angustiante.

En el proceso de hacer citas, ir de un lugar a otro sometiéndote a mamografía, ecografía, Papanicolaou, tratas de apartar de la cabeza alarmantes realidades imaginarias: “qué voy a hacer si…”, “qué pasará con mis seres queridos si…”, “cómo será mi vida si…”

Fantasmas difusos que, en mi caso, cobraron definición la semana pasada, cuando mi doctor ordenó una biopsia endometrial, por unas células sospechosas que había reportado el Pap. “Por si las moscas”, trató de decirme en inglés.

Convengamos que la sola mención de “biopsia” es un disparador de terrores que se materializan en una preocupación constante, amén del propósito de no pensar hasta recibir el resultado. ¿Y si de verdad “las moscas”? Y es allí cuando la pregunta de Eli vuelve a la cabeza una y otra vez, y empiezas a entender la verdadera dimensión de las prioridades que creías tener.

¿Qué es lo que realmente importó en estos últimos días? Mis afectos, y mis pequeños-grandes momentos de placer:

– Una larga charla con mis padres o con mi hermano, que no voy a postergar para mañana, por más que me caiga de cansancio.

– Una cena con amigos que no voy a suspender por la pereza de quedarme a ver TV.

Una zambullida en la piscina con la luna de fondo, sin pensar en el frío cuando salga, ni en que me voy a tener que lavar el cabello por segunda vez en el día.

– Amasar las empanadas de mi abuela, aunque me duela hasta el último músculo. El payoff es el placer de compartir con mis nuevos amigos los sabores y los aromas de mi niñez.

– Cocinar un almuerzo tardío un día de semana, para celebrar en una mesa llena de comida con corazón, el cumpleaños de Lucas, mi “casi hijo”.

– Un reencuentro vía Skype con mis primas y mi tía Chiqui, y con una amiga de la adolescencia, 25 años después, para descubrir que la vida pasó, pero afortunadamente somos las mismas chiquilinas de entonces.

– Una copa de robusto Malbec, pan recién horneado, quesos y aceite de oliva. ¡F….k la libra de más!

– Un atardecer en casa, el lago color granate, y la felicidad de poder contemplarlo junto al hombre que amo.

Hoy recibí finalmente el resultado tan esperado (y tan temido). “Biopsia benigna”, me dijo por teléfono Regina, la recepcionista de la oficina del doctor. “Regresa el año que viene”.

Biopsia benigna. Dos palabras que con el alivio trajeron la felicidad y el agradecimiento por tantas bendiciones, y que además, me dejaron un gran aprendizaje. No esperes a que la vida te dé un susto para disfrutar las maravillas que Dios te pone al alcance de tu mano hoy. Y aunque te parezca una frase trillada, es muy cierta: “vive tan intensamente como si fuera el último día de tu vida”.

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