Cuando descubrí el concepto de “escucha activa”, mis relaciones de pareja, amistad y laborales se fortalecieron. Te cuento qué es y cómo lograrla.
Vivimos apuradas: a veces no nos detenemos siquiera a mirar a una persona que nos responde cuando preguntamos algo, muchas otras no recordamos lo que nos acaban de decir. Estamos a menudo tan centradas en nosotras mismas que olvidamos que frente a nosotros hay una persona que necesita que la escuchemos, que recordemos y pensemos en lo que nos está diciendo. Sin embargo, las personas a veces estamos tan ensimismadas que queremos dar una opinión, formular un análisis o juzgar antes de oír por completo al otro.
Lamentablemente, esta forma de ir por la vida puede desgastar tus relaciones y llevar a que quienes te rodean se sientan solos aún en tu compañía. Para evitar eso, te presento la escucha activa, una forma de comunicación que llevará tus relaciones a un nivel más sano, como me ocurrió a mí.
Estar presentes en la vida
La vida moderna, con sus dispositivos y obligaciones, nos hace vivir distraídos. A mí, por ejemplo, me ocurre seguido que cuando me quiero sentar a hacer algo importante que requiere concentración, encuentro otra actividad que parece igualmente urgente, pero que en verdad sirve para distraerme de lo verdaderamente crucial.
Cuando finalmente me siento a terminar esa novela que estoy escribiendo hace tanto, termino checando mi Whatsapp para ver si hay notificaciones. Cuando debo hacer un trámite que no me gusta (¿a quién le gustan los trámites?), me doy cuenta de que sería bueno barrer un poco la casa antes de salir… y de paso pasarle un trapo al piso que ya está hecho un asco y no da más. ¿Te identificas? Si la respuesta es sí, puede que estés usando este mecanismo no solamente con tus asuntos, sino también, al escuchar a los demás.
Estar para el otro
A veces, un amigo, tu mamá o tu colega de trabajo necesitan que los escuches. Quizás es algo profundo, emocional, y otras, algo aparentemente trivial o cotidiano. En cualquiera de los casos, puede que tu mente en algún momento vague en el discurso ajeno sacando conclusiones apresuradas, juzgando lo que está diciendo y cómo lo está diciendo, y elaborando de antemano tu opinión (no solicitada) para decírsela al otro en cuando haga una pausa. En otras ocasiones, puede que vayas más allá y lo interrumpas. En casos más extremos, incluso, puede que te pongas a hablar de tu propia experiencia, enterrando al otro en la indiferencia absoluta.
Puede que tu mente en algún momento vague en el discurso ajeno sacando conclusiones apresuradas, juzgando lo que está diciendo y cómo lo está diciendo, y elaborando de antemano tu opinión.
Esta persona fui yo durante mucho tiempo, a pesar de haber creído siempre que era alguien que “sabía escuchar”. Resulta que si bien yo no interrumpía, sí estaba interiormente elaborando conclusiones y opiniones a medida que la otra persona hablaba, para decírselas en cuanto terminara de hablar. La verdad es que muchas de esas veces, yo escuchaba ese discurso como si saliera de mi propio ser, y no como lo que era: algo que estaba diciendo otra persona, con sus propósitos, historia e intereses particulares y únicos.
Con el tiempo, pasé de ser una persona que “sabía escuchar” a una persona que era “buena dando consejos”. Porque entonces, yo esperaba a que el otro terminara de hablar para llevarlo por los caminos de mi mente y hacerlo llegar a mis propias conclusiones. Mis intenciones eran buenas, pero yo estaba profundamente equivocada en el camino que estaba tomando para cumplirlas.
Hasta que encontré el concepto de escucha activa.
Acompañar sin guiar
Para conectar con los demás de forma efectiva, es necesario desarrollar empatía. Aprender a caminar con los zapatos del otro en lugar de prestarles los nuestros. Es importante en este concepto, ser capaces de escuchar al otro con su propia voz, con sus miedos y deseos, y no transferir los nuestros en el proceso. Para lograrlo, hay algunas medidas que puedes tomar:
- No planees respuestas antes de que la persona termine de hablar. ¿Te ha pasado? A mí, muchísimas veces, sobre todo cuando me cuentan problemas. En el fondo, a veces deseo que terminen de hablar para ofrecer mi “solución mágica”.
- Mira a los ojos. Parece básico, pero no lo es. Puede que mires tu celular, o te distraigas cuando pasa alguien por detrás. No se trata de no pestañear ni de parecer una momia, sino de mirar al otro, realmente, tratando de conectar.
- Deja de plantearte si estás o no de acuerdo. Cuando escuchas activamente, tus juicios de valor son irrelevantes, salvo que la otra persona explícitamente te pregunte qué piensas. Lo importante es que comprendas que el otro tiene sus propias motivaciones para pensar así.
- Convive con el silencio. Lo sé: esta es difícil. ¿A quién le gustan los silencios incómodos? Pero es cuestión de práctica. Cuando dejas que el silencio fluya, los pensamientos también lo harán, no hablarás antes de tiempo, y la otra persona se sentirá libre para seguir su discurso.
- Si quieres aconsejar, hazlo con una pregunta. Una buena forma de dar una opinión pero permitir una respuesta diferente a la que ya tienes en mente, es preguntar algo como: “¿Y qué piensas que pasaría si hicieras tal o cual cosa?”.
- Evita bloquear al otro con tus palabras. Preguntar “¿Por qué hiciste o haces esto?” o decirle “No deberías” o “Deberías”, por ejemplo, podría predisponer al interlocutor a cerrarse y a perder interés en conversar contigo.
A mí estas técnicas me ayudan día a día a conectar mejor en todos los ámbitos de mi vida, aunque aún estoy aprendiendo. También me enseñan que mi opinión y juicios son solamente míos y valen para mí, pero no necesariamente para los demás, ni en todas las circunstancias.