¿Qué haces después de que alguien te comparte sus problemas? ¿Sueles dar un juicio de valor? ¿Regañas a esa persona? ¿Le intentas ‘resolver’ el conflicto? Es decir, ¿te crees con el suficiente poder como para arreglar la vida de alguien más? Tal vez haya una pequeña Mesías dentro de ti, queriendo conducir a otros a donde nadie lo ha pedido.
Analiza este ejemplo: Patricia era la administradora del edificio donde vivían 20 familias más. Si bien hacía su labor lo mejor que podía, le frustraba que hubiera diferencias entre los vecinos, le molestaba saber que hablaban a sus espaldas y se sobresaltaba cuando alguna persona cuestionaban su autoridad, pues ella creía saber lo que ellos necesitaban… CREÍA.
En el síndrome de Mesías, la persona se cree destinada a salvar a otras personas en alguna situación general o específica.
Si bien tiene un enfoque más religioso y hasta político, este síndrome también puede ser un tema para abordar en terapia. El objetivo: hacerle ver a algún paciente cómo querer salvar a los demás estaría perjudicando la vida de ambas partes.
Quizá en más de una ocasión, en un acto de amor, te hayas sentido con el poder (y el deber) de rescatar a otras personas: tu pareja, tus hijos, tus amigas, tu entorno… Si bien la idea suena bien intencionada, no deja de ser impracticable e, incluso, riesgosa.
Algunas personas consideran que pueden (y deben) cargar el peso de otros y llevarlos hacia lo que necesitan… a veces, sin que se los pidan.
Tener poder sobre otros puede terminar en una tragedia
El 18 de noviembre de 1978 es una fecha dolorosa para la humanidad. Ese día, se registró el suicidio masivo más grande de la historia: un total de 918 decesos, ocurridos en Jonestown (Guyana, en Sudamérica).
Todas esas personas (entre las que se encontraban más de 200 niños) fueron convocadas por el pastor evangélico estadounidense Jim Jones, fundador del movimiento religioso Templo del Pueblo. Por años, les habló sobre teorías apocalípticas y de conspiración, lo cual culminó cuando los persuadió para beber cianuro.
Lo anterior es sólo un ejemplo de ese complejo de Mesías, como otros más que se han documentado en la historia. Algunos han creído que deben ‘salvar’ al mundo, otros a su raza o credo. Lo cierto es que nadie puede salvar a otro como a sí mismo. La tabla de salvación de una persona siempre será sí misma.
Ayudar es sano, cargar es tóxico
Suelo explicar a mis pacientes la gran diferencia que existe entre AYUDAR y CARGAR. ‘Ayudar’ es acompañar a otros en el camino hacia la resolución de sus problemas; ‘cargar’ es resolverlo por ellos.
El objetivo más importante siempre será ayudar a los demás a ayudarse a sí mismos.
En tu caso, si crees que debes salvar a los demás, quizá sea momento de detenerte a pensar de dónde viene esa idea; pero sobre todo, qué obtienes a cambio de ser así… identificar cuál es la ganancia secundaria de presentar esa conducta: ¿atención?, ¿validación? Tal vez sea una combinación de ambas, pero sobre todo, lo que suele obtenerse es PODER.
El problema es el desgaste emocional que todo esto conlleva. Cualquier persona que se sienta con la autoridad de decidir por otros se está deteriorando a sí misma, al creerse poseedora de la verdad y el destino de los demás.
¿Cómo ir soltando esa carga?
- Identifica la ganancia secundaria. ¿Qué obtienes a cambio de querer salvar a todos? Tal vez atención, sentimiento de importancia, poder… o incluso el mejor pretexto para evadir tus propios problemas. ¿Te suena?
- No te metas en donde no te llaman. Este tipo de cambio suele ser el más difícil, sobre todo cuando la persona ha estado acostumbrada a entrometerse en los procesos de otros. Si ocurre un problema y te piden participar, procura ayudar… pero no CARGAR y mucho menos SALVAR.
Interpretación no pedida, es agresión.
- Reconoce el derecho que los demás tienen a equivocarse. Si tienes hijos, seguramente cuando eran pequeños te tocó vivir de primera mano la dura lección que representa dejarlos fallar. El más claro ejemplo es cuando aprendieron a caminar. No suele acertarse a la primera y eso es justo la base del aprendizaje. Deja que otros se equivoquen y no interrumpas ese ciclo.
- Permite que otros aprendan a su propio ritmo. A veces, cuando dejamos que otros resuelvan sus problemas, se dan cuenta del gran poder que tienen. Da a los demás la enorme oportunidad de encontrar sus propias vías de solución. Después de todo, tienen derecho a ello.
Pero sobre todo, es importante entender que pretender salvar a otros conlleva una enorme responsabilidad. ¿Te imaginas decirle a alguien qué hacer y después darte cuenta de que la resolución no ocurrió como lo esperabas?
Ni siquiera los psicólogos nos sentimos con el derecho de hacer eso. Más bien, acompañamos al paciente y lo apoyamos a visualizar escenarios para encaminarlo a tomar una decisión, pero JAMÁS decidimos por ellos.
Si hay que salvar a alguien, que esa alguien seas tú.
La vida es un instante tan breve como para dedicarlo a rescatar al mundo. Inicia tu terapia y descubre en dónde nació esa conducta en tu vida y qué ganancias has obtenido al tenerla.
Ese será el punto de partida para iniciar tu sanación. Ya lo dice aquel célebre proverbio: “Regala un pescado a alguien y lo alimentarás un día. Enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”.
Abraham Monterrosas Vigueras es periodista, trabajador social y psicólogo clínico, especialista en terapia breve.